Viaje y Cultura

A través de este blog quiero mostrar mis artículos de viaje, sobre cultura, arte, arquitectura, patrimonio, tendencias, y otras apreciaciones. Mi intención es profundizar en las raíces, en la tierra, en el arte, y de alguna forma colaborar acercando ciertos conocimientos.

Cuidar de la tierra, de las personas, de nosotros mismos y compartir.

Viaje y Cultura

El mundo subterráneo de Terra Ronca

 A poco s metros del Camping de Ramiro  se encuentra la caverna Terra Ronca I, donde nos adentramos en la genial aventura de descu...

sábado, 8 de noviembre de 2014

En busca de las raíces Diaguitas - Elqui y Limarí







Estaba cruzando la cordillera de Los Andes en un avión sin escalas desde São Paulo a Santiago, y sentí ese calor de febrero y la sequedad de años sin una buena lluvia. Iba a la IV región de Coquimbo, a La Serena, y más específicamente, al valle de Elqui, donde hace algunos años voy recurrentemente, pero esta vez iba a ser diferente, porque lo miraría con los ojos de quien quiere ver detrás de lo comúnmente difundido, intentando imaginar quienes fueron aquellos que nombraron estos ríos, sus pueblos y sus cerros, cómo era la vida entonces, sus tradiciones, y su influencia actual. 

Tanto el valle de Elqui cuanto los demás valles transversales del norte semiárido, y sus respectivos ríos, Limarí, Hurtado, Choapa y Huasco, son lugares prodigiosamente dotados de tierras fértiles, aguas puras y cristalinas, picos nevados, cerros estratégicamente ubicados, agricultura y arte, donde vivió la cultura diaguita, conocida por sus cerámicas, algunas tradiciones heredadas, apellidos que permanecieron en descendientes mestizos, la vida campesina, petroglifos y el pastoreo. 




Los diaguitas fueron un grupo pluri-lingüistico y multicultural, que tendrían como lengua el mapuzungun (y los diferentes dialectos de una lengua popular probablemente usada desde el río Copiapó hasta Chiloé), así plantea el profesor Patricio Cerda -doctor en historia que comenzó sus estudios en la Ex U. de Chile de Valparaíso-. En consecuencia, no sería el cacán, como se ha difundido en algunas publicaciones; palabras en esta lengua se han registrado en el noroeste argentino, de donde probablemente habrían llegado los diaguitas, y no del lado chileno de la cordillera. 



Junto a esto surge una teoría de revitalización y re-etnificación, que comienza cuando reconocieron por ley en 1993 las etnias que habitaban el país y más de una década después, en 2006, la etnia diaguita, que ya había comenzado a reagruparse para reconstruir su identidad. Un ejemplo es el Congreso Binacional Raíces de Etnicidad en asociación con la provincia de San Juan, Argentina, que realizaron en Coquimbo el 2011, una instancia que reunió expertos de diversas áreas para analizar y teorizar sobre las culturas pre-colombinas que habitaron estas tierras y que tienen mucho en común. 
Luego, en el Museo Arqueológico de La Serena, pude apreciar, a través de una cronología muy bien detallada, que la etnia diaguita se desarrolló en la región entre el 1000 y el 1536 D.C -si bien los primeros indicios de presencia humana vienen de 12 mil años A.C-. Una vasta colección de cerámicas con motivos antropomorfos y zoomorfos, que hoy conocemos como el principal legado diaguita, muestran las diferentes influencias que derivaron en dicha cultura. Desde la cultura molle, de quienes habrían heredado la alfarería, pasando por la cultura ánima e inca, y hasta algunas migraciones mapuches. Todo esto reflejado en su iconografía, que en un primer momento era minuciosa y detallada, y luego con la influencia inca aparentemente más simple; de todas formas una clara manifestación de un complejo sistema simbólico de creencias. 






Del museo salí en dirección al valle y me encontré con una variedad de pueblitos, con sus cerros, plantaciones, iglesias y caserones de barro, que por estar cerca de La Serena son una excelente opción para vivir, incorporando, junto a los loteos, un toque de urbanidad: Altovalsol, Las Rojas, Marquesa, El Molle, Gualliguaica, son algunos de los nombres que atraviesan la ruta en dirección a las altas montañas, lugares que fueron escenario de antiguos habitantes, donde se han encontrado sepulturas que manifiestan la creencia en otra vida, vestigios y piedras pintadas, o petroglifos, que muestran lugares sagrados, generalmente sobre un cerro, y son de difícil acceso para el turista. 

En estos paisajes Marcelo Olivares -de Mundo Caballo- revive la herencia criolla. Si bien los diaguitas resistieron un poco más de una década, luego tuvieron que ceder ante la influencia y el dominio español, y de ahí surgen productos de una simbiosis obligatoria, el mestizaje, por un lado, y la cultura por el otro, un ejemplo es la incorporación del caballo a la tradición diaguita. Marcelo realiza paseos a caballo por caminos indígenas del Elqui bajo, y me cuenta que el caballo fue una herencia de la colonización española, que fue adquirida por los diaguitas para incorporarlo a su tradición campesina y trashumante, “lo único que ha cambiado respecto a esta tradición es que ya no pastorean llamas y guanacos, sino que cabras”. Así lo pude constatar recorriendo los cerros, a pie y también a caballo. Entre las llanuras de los valles aprecie varios asentamientos de cabreros, construcciones de material liviano, donde cuidan de sus animales y producen recursos como queso, lana, carne y cuero; y los llevan de caballo a la montaña a pastar, serpenteando sinuosos caminos al borde de acantilados. 

También visité el valle Hurtado, cercado de álamos amarillos y del Loro Tricahue atravesando desde Vicuña la ruta ancestral Antakari, donde las montañas son peculiarmente naranjas. En el pueblo llamado de Hurtado, visité la huerta de una señora, después de un tradicional almuerzo de campo en su casa de anchas y viejas paredes de barro. Tomates, lechugas, uvas, alcayotas son regadas por la abundancia del canal, lo que me recuerda el arte de la agricultura, que a la hora del arribo español estaba bien avanzada en la región, una de las principales herencias del mundo campesino diaguita. Luego, recorrimos el borde del valle hasta Pichasca, conocido por el hallazgo de fósiles de araucarias y de dinosaurios que permitieron reconstruir un pasado sumamente remoto, y una gran casa de piedra, donde se refugiaron los primeros cazadores-recolectores que darían inicio, junto al arte de la cerámica, a los primeros asentamientos de la región. 

Vuelvo al Elqui, al río Coquihuaz, el encuentro de dos valles, donde las estrellas se ven casi todos los días del año -por eso en todos estos valles hay varios observatorios astronómicos científicos y de turismo-, donde el pastoreo, la agricultura y las construcciones antiguas tienen aún más presencia. Al interior de los valles, parece que las raíces milenarias se conservan más vivas, perpetuadas por artistas como Gabriela Mistral que en la naturaleza y montañas de Monte Grande inspiró su rima, ella ya decía “volvamos a lo indio”, o Sergio Larraín, que se retiró de su exitosa profesión como fotógrafo de la Magnum en los rincones de Tulahuén, junto al Río Grande, afluente del Limarí, para dedicarse al autoconocimiento y a la contemplación. 


Es en Pisco Elqui que me encuentro con Claudia Rodríguez y con Elquitelares. Ella es tejedora, una técnica que podría ser herencia de un pasado diaguita. Cerda bien lo cuenta en su libro “Tulahuén de Monte Patria, Historia y Artesanías Patrimoniales”, donde retrata el oficio de las tejedoras, mujeres que sin tiempo escriben en lana historias sacadas de cuentos y canciones, inspiradas en su orgullo de ser diaguitas. “Yo me siento diaguita”, me revela Claudia con un gesto natural, y lo puedo apreciar en su obra. Ella usa elementos como la palma y el cobre que los antiguos incorporaron en la creación de utensilios y herramientas, tejiendo formas y colores que me recuerdan a la tierra, el sol, los ríos. 


Actualmente las tradiciones diaguitas son poco visibles, pero pueden descubrirse detrás de algunas técnicas o tradiciones, la más representativa es la fiesta de la Virgen de Andacollo, donde anualmente realizan los bailes chinos. Rodrigo Cuturrufu es descendiente diaguita, músico, y conoce de cerca la fiesta; con quien me reúno en el Café Centenario que él mismo administra –al lado del teatro del mismo nombre–. Ser diaguita para él es algo que lo siente, lo lleva en su sangre mestiza, es una conexión especial con todo lo que nos rodea: “todo, venera a la tierra”. Sobre los bailes chinos, músicas y danzas de diversas influencias, con el flautón agudo y llorón como instrumento principal, me cuenta que la sonoridad representa una greca, símbolo usado en la cerámica diaguita que imita una escalera, inspirado en movimientos y sonidos de la naturaleza, y que son la mayor expresión viva diaguita que existe actualmente. “En la época de nuestros antepasados era una fiesta para la Mamanchi, la madre de todos, hoy punto de unión del sincretismo religioso entre lo diaguita y lo cristiano”. 

Es en estos procesos que se encuentran los ingeniosos métodos de permanencia de una cultura mantenida en silencio por décadas. Si bien muchas tradiciones y expresiones quedaron atrás –por causa de la colonización, principalmente– pueden apreciarse hoy varias manifestaciones que a través de un sentimiento de persuasión llegaron a nuestro presente. Es sólo caminar y adentrarse en los infinitos valles que forman las quebradas y los ríos, y los pueblos, que nos llevan a un tiempo remoto. Levantando algunos velos, producto del sincretismo de culturas –europea, indígena, y, en menor medida, negra–puede palparse aquella cosmovisión que permea todos los pueblos andinos, el sentimiento de reciprocidad y dualidad, la vida campesina y el amor a la tierra.


Curitiba: del modelo a la sustentabilidad

Curitiba tiene la bondad de haber mezclado modernidad, estilo y tecnología, con cultura y sustentabilidad. No es porque sí que ganó el premio a la ciudad más sustentable del mundo en 2010 y que para muchos brasileros sea considerada la ciudad-modelo del país. Aunque para algunos urbanistas esto es un mito, no deja de ser una ciudad cuidada, organizada y bien planificada.


Texto y fotos por Javiera Silva Abalos




























No pasan diez cuadras en la capital paranaense sin encontrar algún parque o área preservada, con lagunas y animales salvajes domesticados por la urbe. La integración de sus recursos naturales a la ciudad, junto con los innovadores monumentos arquitectónicos, su ejemplar sistema de transporte, y sus variados programas de reutilización de la basura y otros proyectos de sustentabilidad hacen de Curitiba una ciudad moderna, proyectada y planificada, para algunos la llamada ciudad-modelo.

Fueron estas características las que el jurado de la Globe Fórum de Suecia evaluó a la hora de darle el premio de la ciudad más sustentable del mundo en 2010, el premio Globe Award Sustainable City entregado a fines de abril se sumó al entregado en Washington en enero del mismo año, por la implementación de la Línea Verde de transporte, el Sustainable Transport Award.

En una nota oficial del comité de jurados divulgada en 2010 por la municipalidad de Curitiba, elogiaron el “abordaje holístico con que la ciudad encaró los desafíos de la sustentabilidad” (…) “en una clara demostración de la fuerte e saludable participación de la comunidad e integración de la dimensión ambiental con las dimensiones intelectual, cultural, económica y social”.


El jurado evaluó ítems como preservación de los recursos naturales, bien-estar social, inteligencia e innovación en los proyectos, cultura, transporte, confianza en el sector público y gerenciamiento financiero y patrimonial.

Si bien para algunos lo descrito anteriormente coloca a Curitiba como la ciudad-modelo, para otros esto es un mito, así lo describe Denisson de Oliveira en su libro “Curitiba y el mito de la ciudad modelo”, junto con otros urbanistas que tienen una visión más crítica, respecto a que una ciudad no por ser bien planificada va a ser modelo, porque por más o menos planeamiento la finalidad es la misma en todas las ciudades, lo que se ve reflejado en la forma de organización geográfica.

Como en cualquier otra ciudad Curitiba tiene favelas, déficit habitacional, desigualdad y precariedad, El planeamiento de la ciudad fue "exitoso" en colocar estos problemas en porciones delimitadas del territorio, planeando el área incluida y el área “de afuera”. Según Oliveira, las contradicciones fueron organizadas pero no resueltas, lo que sería el ideal de una ciudad-modelo.

Curitiba fue urbanizada por una planificación rigurosa realiza en la década del 60’, que comenzó con la creación del Instituto de Planeamiento Urbano (IPPUC) y el Plano Preliminar de Urbanismo (PPU), en el cual participó Jaime Lerner, político y arquitecto electo en 1971, y relecto en otras dos ocasiones, como alcalde de Curitiba.  Este plano se distingue por tener una estructura lineal, en oposición al crecimiento radial (para todos los lados) de la mayoría de las ciudades. Se crearon 4 ejes estructurales, que partían desde el centro e iban direccionados hacia los cuatro puntos cardinales, este, oeste, norte y sur. Se caracterizó por la implementación de vías rápidas ida y vuelta desde los barrios al centro, y vías exclusivas para el transporte colectivo. A lo largo de los ejes se concentraron las tierras más valorizadas y los emprendimientos de más alto padrón; al margen, y fuera de la estructura de ejes, se ubicó la población sin condiciones para adquirir su morada en el plano urbano central.

A pesar de la desigualdad, integrada a toda ciudad hoy en día, puede rescatarse en Curitiba sus iniciativas en sustentabilidad: la Universidade Livre do Meio Ambiente (UNILIVRE), fundada en 1991 por Lerner, la primera y única de Brasil, es una de sus grandes e innovadoras iniciativas, al poner los conocimientos a disposición de la comunidad, a través de educación ambiental y otros tantos proyectos ecológicos, como forma de mejorar la calidad de vida global. Ejemplo de esto es el proyecto Meu BioBairro, que busca desarrollar las áreas de residuos sólidos, arborización y áreas verdes, conservación del agua, adaptación climática y movilidad urbana, en los barrios de Curitiba.

Independiente de que sea una ciudad-modelo o no, la planificación urbana de la capital de Paraná permitió que hoy se estableciera como una de las ciudades más innovadoras en materia de sustentabilidad. Curitiba brinda a sus habitantes (actualmente más de 3 millones) espacios para el contacto con la naturaleza, lugares para ejercitarse al aire libre, eventos de tipo cultural, recreación, y variados proyectos en relación al crecimiento sustentable.



Las cifras dicen que en Curitiba hay 52 m2 de áreas verdes por habitante, mucho más de los 16 m2 recomendados por la ONU; a esto se suma los 144 kms de ciclovías, los 26 parques y un sinnúmero de árboles, entre ellos, antiguas araucarias. Sus íconos naturales y arquitectónicos más importantes son el Jardín Botánico, la Ópera de Arame, el Parque Barigüi, los parques Tingui y Tanguá, el Museo de Oscar Niemeyer, el centro histórico y su tradicional feria de domingo en el Largo da Ordem, el Bosque do Papa, la Universidad del Medio Ambiente, entre otros.

Curitiba es una ciudad que no tiene todas las respuestas a las problemáticas sociales, pero al parecer fue pensada para sus habitantes, para evitar el stress y el desánimo, entregando alivio, descanso y admiración a través de la valorización de sus recursos naturales y patrimoniales.