Cuarenta años atrás el Barrio Italia tenía una apariencia totalmente distinta: residencial, con conventillos, almacenes, boticas y otros negocios de barrio. Calles de tierra, niños jugando a la pelota, a las bolitas y a la cuerda. Le decían el patio de atrás de providencia por ser de gente simple y trabajadora.

María
nació en el año 52’ en la casa donde su papá, Luis Henríquez,
abrió el almacén Caupolicán, que hoy ella continúa administrando,
y donde también vive. En esa época vendían carbón y leña
trozada. Después que llegaron los anticuarios a la calle Caupolicán,
el almacén parece haber quedado en el pasado junto con ellos.
Es
patente el contraste entre la Av. Italia, donde en cada esquina
aparece una propuesta diferente de diseño e innovación, y
Caupolicán, que simulando ser una estación de trenes, aprovecha la
arquitectura de la fachada y da escenario para todas aquellas tiendas
de antigüedades llenas de recuerdos de un pasado, donde todos se
conocían y los comercios locales eran el motor de la vida del
barrio.

De
residencial ya no tiene mucho, para todos los lados hay tiendas,
restaurantes, bares, cafés, galerías, emprendimientos de nuevos
actores que llegaron junto con la ola de tendencias que trajo el
Barrio Italia desde 2009.
Ernesto
López-Morales, profesor e investigador de urbanismo de la
Universidad de Chile, quien recientemente participó en la
organización y como expositor de la Conferencia COES (Centro de
Estudios de Conflicto y Cohesión Social), con la ponencia
Discutiendo
la utilidad de la gentrificación “planetaria”,
me recibió en su oficina en la FAU para conversar sobre este proceso
de recambio y renovación llamado gentrificación.
En
mi observación la renovación del barrio Italia ha conllevado un
desplazamiento obligatorio de los antiguos habitantes, y con ellos
aquella vieja tradición, que en una cierta y pequeña medida aún se
puede apreciar en la calle Caupolicán.
A
lo que López-Morales agrega “la
gentrificación se define como la expulsión de segmentos pobres o
usuarios de bajos ingresos debido a la llegada de usuarios de altos
ingresos, a raíz de la inyección de financiamientos”.
En
el caso del Barrio Italia, en los años 70’ el escenario comenzó a
cambiar, cuenta María Herínquez. Llegaron las cadenas de farmacias
y grandes tiendas que hicieron desaparecer paulatinamente el comercio
local, provocando una migración de los antiguos residentes para la
periferia de la ciudad. El almacén Caupolicán es el único almacén
que va quedando por aquí, de esos que venden de pequeñas cantidades
y que aún mantienen el libro de fiados.
Y
la familia Henríquez es de las pocas familias que han podido
convivir con las nuevas tendencias junto con las tiendas de los
anticuarios, gracias a un gran esfuerzo para resistir, porque lo que
ellos ofrecen se ha convertido en un objeto y en un nicho que ha
quedado descontextualizado. Por un lado tienen un aumento en el nivel
de costos y por otro lado una mantención en el nivel de la demanda.
Los
caseríos patrimoniales, amplios y a precios bien económicos debido
a este periodo de decadencia, poco a poco fueron siendo habitados por
artistas que vieron en estas edificaciones ventajas comparativas,
luego el factor moda se instaló y los amigos que no eran artistas
invirtieron, dando inicio a esta ola de nuevas tendencias, proceso al
cual se denomina gentrificación clásica.
De
esta forma, el suelo comenzó a valorizarse por la llegada de un
valor cultural y económico diferenciado, y así aparecieron otros
nuevos actores, las inmobiliarias, que terminaron por aumentar el
valor del suelo a niveles insustentables para los viejos habitantes,
detentores de gran parte de la historia, los recuerdos, el patrimonio
intangible del Barrio Italia.
María
Henríquez es testigo de este recambio social, la mayoría de las
antiguas familias se vieron obligadas a dejar sus propiedades o
negocios porque de un mes a otro les subieron el arriendo o llegaba
una inmobiliaria a hacerles una buena oferta, deshabitando los
barrios céntricos para ir a habitar las zonas periféricas.
Pero
para algunos, como los nuevos locatarios, esta renovación es
positiva, porque ha atraído a un público con un mayor poder
adquisitivo y han mantenido el valor patrimonial arquitectónico,
aunque esto se vea reducido a las fachadas. “En
Barrio Italia encuentras lugares cálidos y acogedores, muchos de
ellos atendidos por sus propios dueños. También significa productos
hechos a mano, donde cientos de pequeños emprendedores ponen su
creatividad día a día para entregar un producto o servicio de
calidad”, comenta
Ivan Saint-Anne dueño del emporio Infierno Gourmet.
Estas
y otras iniciativas también han potenciado el desarrollo turístico
del barrio: las mesitas en la calle, la variedad gastronómica y
hotelera, la diversidad de ofertas comerciales, en su mayoría con
matices de innovación, lo que me recuerda al barrio Palermo en
Buenos Aires, sólo que a una escala mucho menor.
Sin
embargo, algo falta, y López-Morales lo relaciona al concepto que la
americana Sharon Zukin, profesora de Sociología de la Universidad de
Brooklyn llama de pérdida de autenticidad, ella habla de la
gentrificación como “la
mercantilización de la autenticidad. Lo auténtico que es la
expresión cultural, la estructura social que habita un barrio, los
colores, los olores, todas las actividades que puedan caracterizar al
barrio, se compra, se readecua y se vuelve a ofrecer al mercado a
precio diez veces mayor”, acota
el profesor de urbanismo.
A
lo que agrega: “Hacen
falta políticas públicas para que determinados inmuebles sean
declarados de interés social y se mantengan a los antiguos
propietarios ahí”. El
Estado de Chile se ha caracterizado hasta ahora por implementar
políticas que benefician a los inversionistas, pero al contrario no
se ha problematizado la desterritorialización de los antiguos
habitantes. No hay aún ninguna regularización respecto a esto, y a
su vez no hay evidencias de casos de convivencia de los dos grupos,
el gentrificador y el gentrificado, porque el desplazamiento se
plantea como una condición necesaria de la gentrificación, lo que
inevitablemente lleva a pérdidas de valor humano y social.
Más
allá de la revitalización visual y arquitectónica, queda
planteada, entonces, la cuestión de cuál es el patrimonio a
proteger, cuál es la importancia de lo auténtico frente a una
imperativa renovación espacial.
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